El ser desde la filosofía y la poesía

Filosofía y poesía

Una de las diferencias más evidentes entre filosofía y poesía dijéramos, de primera impresión, es que mientras que la filosofía se extiende en explicaciones, incluso a veces repitiéndose hasta la exasperación, la poesía, por regla general, es breve y concisa. Por eso, a menudo, mientras la filosofía analiza y aclara (si bien a veces de manera harto compleja y difícil de entender), la poesía sintetiza y no es raro que oscurezca, más que aclarar, pero deja un apretón en las vísceras y un murmullo de fondo en el pensamiento que explica sin responder. Más bien, al contrario, abriendo nuevas preguntas.

Los filósofos nos permiten “racionalizar” y conceptualizar:

definir con sus herramientas lógicas, de pensamiento y análisis; mientras que los poetas miran desde lo irracional a menudo, sienten y presienten, intuyen y “abarcan”, pudiéramos decir “aprehenden”, más allá (o más acá) del análisis y del concepto. En ocasiones, con personalidades como la de Unamuno o Ibn Árabi, que son a la vez poetas y filósofos, o la de María Zambrano, con su “razón poética”, o el propio Nietzsche, que se adentra en el “conocimiento trágico”, que utiliza a menudo recursos más propios de la poesía que de la filosofía –la razón-, caminamos por sendas híbridas, de una ambigüedad tan peligrosa como estimulante. Y pensemos que de Unamuno, por ejemplo, Cernuda dejó dicho, en su libro Estudios sobre poesía española contemporánea, que los libros filosóficos de Unamuno son obra de poeta porque en ellos la intuición suple a la razón y el paso mesurado del razonamiento lo sustituye el avance brusco e intermitente de la intuición poética. Y en el caso de Nietzsche su conocimiento trágico buscará en el arte –y la poesía– la apariencia, incluso la apariencia de la apariencia; o lo que es lo mismo, el arte será ficción, no órgano de la verdad, pero considerando que el arte vale más que la verdad pues tenemos el arte para no perecer a causa de la verdad. Para él, el mundo socrático-platónico racional y justo es una mentira inventada para poder soportar la verdad trágica del mundo sin razón mediante la creación de una verdad fuerte, aunque ilusoria, que niega la horrible verdad del abismo. Nietzsche no reacciona con pesimismo ante el dolor de existir, sino que afirma la vida en su dolor trágico y lo enfrenta con una actitud creativa; y la poesía nos permite vivir en un mundo trágico enfrentando su dolor. Nietzsche, en lugar de condenar a la poesía por su distanciamiento de la verdad (como ocurre en Platón, Sócrates y el racionalismo positivista y cartesiano), la afirma como fuerza antimetafísica capaz de soportar la verdad mediante el espíritu creativo.

No se trata tampoco del sentimentalismo individualista de los románticos, pues lo que vale no es tanto el sentimiento individual, cuanto el acercamiento a la realidad trágica de otro modo, pero común a todos los seres humanos. Valdría aquí recordar lo que T. S. Eliot decía respecto a los poetas, y los artistas en general: Cuanto más perfecto el artista, más completa será en él la separación entre el hombre que sufre y la mente que crea. En su Libro del  desasosiego, Pessoa decía también: lo que al final tengo que hacer es convertir mis sentimientos en un sentimiento humano típico, aunque lo haga pervirtiendo la verdadera naturaleza de aquello que he sentido. Por eso el poeta es un fingidor, como puede serlo en Nietzsche o en T.S. Eliot, pero no porque mienta, sino porque se enfrenta a la realidad con las armas creativas de la poesía, que son capaces de “fingir” realidades más verdaderas que las del Yo. En lugar del Yo, lo que está es el Nosotros (toda la humanidad) y un deseo de enfrentarse al mundo sin dejarse vencer por su dolor que es una “verdad” aparente.

Sería curioso, de ese modo, cotejar lo que decía Aristóteles de que la poesía es algo de importancia más grave que la historia, puesto que sus manifestaciones son más bien de la naturaleza de las universales, o de lo eterno, mientras que las de la historia son particulares, que conforman lo múltiple, con lo que dice María Zambrano de que en la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. Nótese que el término “universal” aparece en Aristóteles ligado a la poesía (universales), mientras que en Zambrano lo hace junto a historia y hablando de la filosofía. La diferencia está en que, mientras Aristóteles lo utiliza en un sentido temporal (atemporal, más bien, pues habla de lo eterno, pero relacionado con el concepto tiempo) y con un sentido bastante filosófico, aunque esté hablando de poesía, María lo hace en un sentido más histórico (social, por tanto, aunque no excluya el tiempo) y con una actitud más poética, aunque esté hablando de filosofía; y, aunque esté hablando del hombre concreto, “individual”, lo que encontramos en él es, de nuevo, el “nosotros”, más que el yo, puesto que va tras el “querer ser” de la historia, que la formamos todos los seres humanos como colectivo.

El siguiente paso en la recuperación de la poesía como mirada valiosa de la realidad lo da Heidegger.

Si para Hegel (y con él muchos otros racionalistas) el arte como manifestación sensible de la idea es algo del pasado, puesto que no es el modo supremo bajo el cual la verdad se hace existente y el pensamiento y la reflexión han superado el arte bello, Heidegger, frente al positivismo y el racionalismo ilustrado que nos han llevado al desencantamiento del mundo y que lo han tecnificado convirtiéndolo en un mero recurso cuyo sentido se reduce a cantidad y cálculo, un mundo despojado de vida y seres, en el que solo “existen” objetos y recursos, desvirtuándose y perdiendo su verdad, el alemán propone recuperarse de esta “enfermedad nihilista” y de afán de dominio autodestructivo. Y para ello se necesita un clima espiritual que logre descentrar la razón para que pueda volver al logos mitopoético. Es decir, para Heidegger, el mito no es algo del pasado.

            De lo que se trata para Heidegger es, no tanto oponerse a la razón o invalidar el logos, sino evitar que este olvide lo que fue su fuente y su guía: la dimensión mitopoética. Retomar los mitos poéticos, verdaderos mitos del alma humana, en lugar de estos mitos espurios y degenerados del materialismo tecnicista y prosaico. Heidegger lo que nos dice es que la poesía y la razón están en lo mismo, aunque sean diferentes en su esencia y las separe un abismo. Tal como el propio Heidegger toma de Hölderlin, habitan sobre las montañas más separadas. Son, pues, diferentes, pero viven cerca y ambas han de convivir en una tensión fecunda de colaboración y complementariedad que de modo continuo las remita de una a otra, no como alternativas, sino como complementarias. Se trata, entonces, de que lo vivo (vivido), intuitivo y artístico, y lo conceptual y discursivo se incorporen uno en el otro para permitir una mejor comprensión y acercamiento al verdadero sentir de la existencia.

Ortega ya destacó la innovación de Husserl al recuperar un mundo “con sentido” que rezuma logos y ser por todos sus poros. Un mundo que es algo más que un almacén de recursos y objetos que gastar y utilizar en una existencia cientifista y tecnificada que se ha vuelto ciega a la grandeza –incluso en lo pequeño- y al misterio del ser, al mundo vital en el que existen también las experiencias inexplicables y el saber vital prerreflexivo.

Zambrano nos aclara, aún, que la poesía es un don, hallazgo, gracia; el poeta tiene lo que mira, escucha y mezcla con sus sueños formando un mundo abierto en el que todo es posible y se queda adherido a la seducción de la apariencia; pero no de forma permanente. Ha de tener vuelo que se aleje de la realidad que refiere y se libre de quien lo dice o no habrá palabra ni poesía genuina. La filosofía, sin embargo, es un éxtasis fracasado por un violento desgarramiento. Su método persigue salvar las apariencias y dirigirse al ser oculto en ellas, que se había definido como unidad, pero se percibe como separación y herida. Y, al final, como sin sentido. Como diría Nietzsche, si la razón no puede aclarar la realidad se debe a que la propia realidad carece de sentido y razón: no es justa ni bella, sino abismática, oscura, azarosa y lo que la razón revela es la negrura del ser. El poeta, en cambio, se acerca a esa unidad, que le es dada graciosamente como vivencia, no como concepto, y lo hace sin ejercer violencia sobre las heterogéneas y contradictorias apariencias. Pero es una unidad incompleta, y por eso, ese pathos, ese temblor y estupor poético, se siente como gratuito, frente a la unidad, incompleta también, que la filosofía persigue con tanto ahínco. El filósofo quiere cada cosa porque lo quiere todo, mientras que el poeta no lo quiere todo porque en ese todo puede no estar cada cosa y sus distintos matices. Para Zambrano, poeta es quien ama la verdad no excluyente. Nombra lo que se aparece, sin pretender limitarlo “violentamente”, definiendo. La razón debería desentrañar esas verdades para mostrarlas sin cerrarlas y así seguir fiel a la vida y su “discontinuidad”. Esa es su “razón poética” que exige lo siguiente:

Hay que dormirse en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal, de los diversos campos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del universo, el suyo propio.

Como Heidegger nos recuerda, el término griego poiesis, origen de la palabra poesía, significaba a un tiempo intuición reveladora y creación a través de la palabra. Y no podemos ignorarla sin dejar de ser humanos.

Por Emilio Ballestero

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