El lugar del cuerpo en la sociedad de consumo

El cuerpo en una sociedad de consumo

RESUMEN/ABSTRACT

La constitución del cuerpo representa una relación de significados que aporta una filosofía del sujeto, pero que no descuida el componente de lo social. En este ensayo se analiza el impacto de la sociedad de consumo en la constitución del cuerpo, mediatizada por los distintos signos que le imprime al cuerpo, desde las tres versiones que se alcanza a dilucidar: el cuerpo-objeto, el cuerpo-espectáculo y el cuerpo-mercancía.

Tras las huellas del hombre

Una de las realidades del hombre consiste en reconocer que es cuerpo y tiene cuerpo. Su existencia oscila entre el ser y tener un cuerpo; en la medida que se relaciona con el otro descubre diferencias importantes, pero también una marcada tendencia a considerarse a sí mismo como parte de una colectividad. Sin embargo, existen diferencias específicas del cuerpo accidentes- en cuanto a color de piel, estatura, peso, sexo: pero aún así lo que identifica al hombre de las cosas y la naturaleza radica en que el hombre comparte un cuerpo similar al otro. El hombre al tener el cuerpo conoce el mundo, lo imagina, lo capta e interpreta a través de los sentidos, sensaciones, sentimientos, afectos y el pensamiento, y así lo hace propio. El cuerpo tiene la propiedad de convertirse en el vínculo para conectarse con la realidad.

La concepción dualista del hombre y el origen del conocimiento, en la obra de Platón (2003) descarta el interés del cuerpo, para centrarse en el alma, en las ideas. Así, el cuerpo se torna un impedimento para el alma, en una “cárcel del alma”.  Por su parte, Descartes intentó resolver el problema del conocimiento del hombre a partir de la existencia de tres substancias: 1) la substancia infinita, Dios; 2) la substancia extensa (res extensa), la materia y 3) la substancia pensante (res cogitans), el espíritu (Gutiérrez, 2003).  Sus argumentos lograron acentuar el interés por los procesos mentales, espirituales dejando de lado la primera realidad del hombre y su existencia, es decir el cuerpo. Descartes (1990) en el  Tratado del hombre, concibe el movimiento del cuerpo humano de modo similar al de una máquina, al señalar que “El cuerpo no es otra cosa que una estatua o máquina de tierra a la que Dios forma con el propósito de hacerla tan semejante a nosotros como sea posible, de modo que no sólo confiere al exterior de la misma el color y la forma de todos nuestros miembros, sino que también dispone en su interior de todas las piezas requeridas para lograr que se mueva, coma, respire y, en resumen, imite todas las funciones que nos son propias, así como cuantas podemos imaginar que tienen su origen en la materia y sólo dependen de la disposición de los órganos” (p. 83). Este planteamiento, elaborado sobre las bases de la concepción dualista mente-cuerpo, proporcionó los cimientos de la concepción antropológica del pensamiento cartesiano.

La concepción mecánica del cuerpo no explicaba en su totalidad la existencia del ser, y en el siglo XX surgieron varios autores que postularon una serie de reflexiones que se alejaban de la concepción dualista para considerar la posibilidad de una concepción integral del hombre. Cagigal (1972) en su obra Cultura intelectual y cultura física reconoce que “el hombre seguirá viviendo toda su existencia no sólo en el cuerpo, sino con el cuerpo y en alguna manera desde el cuerpo, a través del cuerpo y para el cuerpo” (p. 62) concibiendo el hombre como una unidad donde confluye la existencia humana integrando los afectos, sentimientos, emociones, pensamientos, actitudes, valores. El giro del significado del cuerpo a partir de la segunda mitad del siglo XX apunta hacia una dirección integradora: el cuerpo no esta desprovisto de voluntad; mente y cuerpo no son entidades distintas son uno solo y se integra a partir de la corporeidad, de la existencia del ser consigo mismo, con los objetos y con los demás.

El ocio en la vida social

El ocio podría ser considerado como medida de tiempo y equivalente a  tiempo libre, el ocio se conforma como una actitud, un comportamiento, algo que tiene lugar durante el tiempo libre y que no importa tanto lo que se haga sino el cómo se haga; el ocio, independientemente de la actividad concreta de que se trate, es una forma de utilizar el tiempo libre mediante una ocupación libremente elegida y realizada cuyo mismo desarrollo resulta satisfactorio o placentero para el individuo (Hernández, 2000). El ocio en su forma más natural sería aquel momento de proceder con nuestro cuerpo y nuestra mente a una actividad libremente escogida, donde al ser una elección propia, nuestro significado tiende a emerger desde nuestra subjetividad creadora.  Sin embargo, esta capacidad de liberar tiempo y destinarlo hacia algo que realmente nos signifique y desarrolle se encuentra determinada por los sentidos sociales de la época.

Hoy en día se requiere de una nueva visión, una postura crítica para saber liberar tiempo  y ocuparlo creativamente, sobre todo cuando los  avances de la ciencia y de la tecnología ofrecen nuevas ocupaciones que atrapan o liberan  tiempo y obligan a pensar en cómo usarlo de manera formativa  sin  perderlo en cuestiones intrascendentes cuyas consecuencias  pueden ser males indeseables para la sociedad.

Desde el argumento de la Grecia clásica, identificamos que la palabra ocio viene de skholé que etimológicamente significa parar o cesar sin querer decir no hacer nada, sino la posibilidad de gozar de un estado de paz y contemplación creadora (dedicada a la theoria, saber máximo entre los griegos) para el espíritu.  Quienes tenían la capacidad de poseer este valioso tiempo eran hombres libres (Hernández, 2000).   Por su parte, el concepto de ocio para los romanos, introducido por Cicerón (en su discurso Pro Sestio &96) con el nombre de otium, tampoco tuvo una significación negativa, sino que consistió en un tiempo libre después del trabajo que no era para la ociosidad, sino para el descanso, el recreo, la meditación. En esta concepción el tiempo libre pues, representa ese espacio para recrearse no sólo de perder el tiempo sino de alimentarse con el descanso, recreación y meditación para la tranquilidad del hombre.  En la Edad Media y el Renacimiento el ocio adquiere otros sentidos y se le piensa como abstinencia de trabajo y a la opción libre de actividades que agradan, como la guerra, la política, el deporte, la ciencia o la religión. En este tiempo, el ocio solo era empleado para la élite existente (Huizinga, 1968)

Esta revisión lleva a comprender que el ocio es un espacio temporal, que, si bien en un momento surgió como necesidad para detenerse y recuperar el sentido, en la medida en que se mueve en el tiempo, el ocio es un tiempo que se libera para hacer aquello que apetece, que gusta, pero que evade la responsabilidad del trabajo.  El ocio era liberación de tiempo para fortalecer el espíritu después de momentos de entrega a las tareas sociales, y se orientó hacia un tiempo sin límite para hacer lo que gusta, sin atender el compromiso y responsabilidad con los otros.

Entonces tenía que ver con la necesidad de liberar tiempo, lo cual se complica en la actualidad, pues la idea de tiempo libre se ve afectada principalmente por la carencia de tiempo en una sociedad de ritmos apresurados, donde las actividades económicas por lo general demandan la mayor parte del tiempo, descuidando ámbitos importantes para la convivencia humana y para sí mismo.   En la sociedad actual se viven jornadas de trabajo difíciles ante la imposibilidad de subsanar con facilidad las necesidades económicas generadas por la cultura del consumo y las políticas económicas mundiales, donde el que más tiene es el que más vale forzando así a la vida social de la competencia por «tener» en la reducción del “ser». El «tener» es un modo de excluir a los otros, no se requiere del esfuerzo por conservar el sentido humano por recuperar una relación humana con los demás, sólo trata de acumular mas posesiones, de tener más que otros, sin embargo se refiere a las cosas y éstas son fijas y pueden describirse, por el contrario, el «ser» se refiere a las experiencias y la experiencia humana es, en principio, indescifrable, es indescriptible, es más bien una cuestión espiritual, subjetiva que releva lo humano para el crecimiento en valores, ética, conocimientos (Fromm, 1996).

Estamos ante una concepción de tiempo que se reduce al «ahora mismo» es decir, no existe un valor a lo potencial, al futuro, y esta percepción del tiempo por sí mismo puede fácilmente convertirse en aspecto negativo, ya que su valor se  determina por medio del significado que el hombre le imprime (Ruskin, 1977), y en este sentido dependerá de la significación que cada uno le otorgue dadas sus necesidades, las cuales por lo general son orientadas por el contexto.

Mercado, tecnología y cuerpo

La valoración del trabajo humano constituye el espíritu del desarrollo económico capitalista. Trabajo y cuerpo humano  se relacionan naturalmente, «el trabajo es, en primer lugar un proceso entre el hombre y la naturaleza […] pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos […] al imperar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior de él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza» (Marx, 1978, pp. 215-216) El cuerpo humano representa para su desarrollo laboral y social un punto de partida importante. Las sociedades del mundo antiguo sobrevivían a partir de la fuerza física, el instrumento de dominio político y cultural se consolidaba mediante el cuerpo. Es ilustrativa la descripción de Engeles (1986) sobre la evolución progresiva del domino del cuerpo al señalar que:

“Hasta que la mano del hombre pudo fabricar un cuchillo trabajando la piedra tiene que haber transcurrido tanto tiempo, que el periodo conocido de la historia debe ser comparativamente insignificante. Pero con ello dado el paso decisivo: la mano se había liberado y pudo ir adquiriendo siempre nuevas destrezas con las que obtuvo cada vez mayor flexibilidad, la cual se fue heredando y ampliando de generación en generación. Así la mano no sólo es un órgano del trabajo sino también su producto. La mano humana alcanzó un grado de perfección tan alto como para poder ejecutar obras con la maestría de las pinturas de Rafael, de las estatuas de Thorvalsden, de la música de Paganini, solamente a través del trabajo, de la adaptación a movimientos nuevos y de la formación especializada de los músculos, ligamentos y huesos heredada con aquélla, y mediante la utilización permanente de todas las finezas motoras heredadas con los movimientos nuevos cada vez más complicados. Pero la mano no estaba sola, ella era solamente uno de los miembros de un organismo superior altamente complejo, y aquello que fue beneficioso para la mano también lo fue para el resto del cuerpo, a cuyo servicio se encontraba la misma […]” (pp. 333-334)

En el antiguo régimen el cuerpo era de la Iglesia, un vehículo de paso por la existencia terrenal, asiento de lo prohibido, que debía ser ocultado por el pecado original, apto para el trabajo y la procreación. Comienza a ser arrebatado a la Iglesia y empieza a requerirse la salud, y se le considera útil para la educación y para la producción de conocimiento. El gran libro del Hombre – máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, del que Descartes había escrito las primeras páginas y que los médicos y los filósofos continuaron, y el técnico político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios y por procedimientos empíricos reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo (Foucault, 1998).

El avance tecnológico viene a su vez impactando en la construcción social del cuerpo.  La tecnología si bien ha brindado a la humanidad un aporte significativo a muchas áreas, también podemos reconocer que existen abusos y excesos que dañan estructuras sociales que desvirtúan su propio avance.  Así vemos que el avance tecnológico daña el mundo natural, se introduce al mundo íntimo y transforma las subjetividades de la sociedad moderna al redefinir límites de la conservación del cuerpo y sensibilidad humana.  Una nueva sociedad se viene construyendo con una ciencia que aumenta día con día por eso cuando apenas conocemos un avance científico sobreviene otro más innovador que no permite la concentración de los sentidos y fragmenta la percepción de la realidad donde “una idea más clara de la ciencia y tecnología permitirá entender las razones por las cuales la participación de no expertos es parte también de los sistemas tecnológicos” (Olivé, 1997, p. 163). Las nuevas tecnologías de la comunicación y el cada vez inminente digitalización del mundo venido a transformar el ambiente alfabetizador en la sociedad.

Por otra parte es importante reconocer que se está ante una  época que redefine  lo social, el sujeto, el afecto,  lo colectivo; de la imagen corporal, en función de un ideal corporal que nos muestra la imposibilidad de lograr estos fines al estar inhabilitados, metas que para lograrlas se atenta contra el cuerpo, pues para que sea  bello, estético, se propone el consumo de ciertas sustancias a partir de las declaraciones del habla, como por ejemplo: “con esta crema reductiva usted bajará siete kilos a la semana sin necesidad de dieta ni ejercicio” y sin pensarlo mucho se consumen sin considerar costos económicos, pero lo principal, facturas humanas como  anorexia, bulimia, desnutrición, y otras enfermedades de alto riesgo para la vida. Los valores actuales con relación al cuerpo se han enfrentado actualmente a las prácticas sociales, desde espacios privados y elitistas que sólo dejan verse bajo la lógica del sistema capitalista de mirarla sólo como un mercado en expansión transformando el cuerpo, sus vivencias y su ejercitación en una mercancía, ocupando zonas de poder que difícilmente llegan a sectores populares. Sin embargo, el cuerpo sigue siendo una entidad dentro de nuestro ser que requiere mucho más tratamiento que solo lo visto desde lo externo, lo práctico, lo económico. 

Cuerpo y consumismo

Después de las dos grandes guerras mundiales aparece en escena la teoría social posmoderna –aun no aceptada por muchos- matizada por tres perspectivas: la primera, la más extrema señala que se ha producido una ruptura radical y que la sociedad moderna ha sido sustituida por una sociedad posmoderna. La segunda concibe la posmodernidad como continuación de la modernidad. Y la última que considera la modernidad y posmodernidad como movimientos que coexisten. Aunque existen diferentes acepciones sobre lo posmodernidad, posmodernismo, teoría social posmoderna, lo posmoderno incluye “una nueva época histórica, nuevos productos culturales y una nueva forma de teorizar lo social” (Ritzer, 2002). Pero, lo posmoderno ¿Qué representa en la práctica? ¿De que forma se manifiesta en la vida cotidiana? ¿Qué nuevos sentidos le imprime al hombre? ¿Qué significado le da al cuerpo? La complejidad para estructurar un discurso lógico para cada cuestión limitaría nuestro hilo conductor, así que nos concentraremos en la última pregunta.

Una de las consecuencias de la posmodernidad es que concibe un giro al pensamiento, que se objetiva en la forma de ver, sentir, hacer (Vásquez, 2010). En el hacer del hombre nos encontramos en la era del consumo masivo. Así como en el caso de las obras de arte existe una reproducción masiva de copias, en cuanto al cuerpo encontramos una reproducción intensiva de artículos de consumo. Desde zapatos deportivos de un jugador profesional de baloncesto hasta la marca de perfume de una artista de Hollywood. La imagen que modela el artículo representa la aspiración del ser posmoderno.  Lo que se consume no es el objeto, sino la imagen. El cuerpo, queda atrapado en una red de significados simbólicos. Nos encontramos ante un consumo masivo de imágenes. Baudrillard (1969) señaló que

“El consumo no es ni una práctica material, ni una fenomenología, de la “abundancia”, no se define ni por el alimento que se digiere, ni por la ropa que se viste, ni por el automóvil de que uno se vale, ni por la sustancia oral y visual de las imágenes y de los mensajes, sino por la organización de todo esto en sustancia significante; es la totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos desde ahora en un discurso más o menos coherente. En cuanto que tiene un sentido, el consumo es una actividad de manipulación sistemática de signos” (p. 224).

El objeto requiere convertirse en signo para ser objeto de consumo, no es suficiente ser objeto. La función semiótica del objeto permite que los significados circulen en la sociedad. Un reloj de pulso denota su objeto/uso: que el sujeto consulte el tiempo. El reloj connota o “juega” como agregado de prestigio hacia la imagen corporal. El “juego” significante es el consumo masivo. El reloj se puede sustituir por varios objetos, puesto que todos podría considerarse signos de prestigio: zapatos, corte de pelo “moderno”, pulsera, vestido. Según esta lógica, el cuerpo posmoderno se caracteriza por el reciclaje cultural. Los ciclos de la moda, la vestimenta, la música, representan un sistema de signos que transitan por el tiempo. El reciclaje del cuerpo se efectúa en los gimnasios, en la sala de cirugía estética, en los salones de belleza, en el hogar mismo. Es en realidad una naturaleza reciclada. “Es decir, no ya una presencia original, específica, en oposición simbólica con la cultura, sino un modelo de simulación, un consumo de signos de la naturaleza puestos en circulación de una manera nueva, en suma, una naturaleza reciclada” (Baudrillard, 2009, p. 115). Reciclaje que invade al cuerpo en su totalidad, en su ser, en su existencia humana. Por ejemplo, el arreglo personal no se limita en el vestir, cada una de las partes de la cabeza: ojos, nariz, boca, pelo, barba, es sujeto de reciclaje.  Existen en el mercado tintes para el pelo, cremas antiarrugas, dentaduras de porcelana, aretes, pestañas artificiales, extensiones para el pelo. El cuerpo perdió significado, hoy sólo es un signo de época, de la era del consumo.

Significado del cuerpo en la sociedad de consumo

En la sociedad actual el cuerpo se percibe bajo una red de signos que entrelazan su significado. Tres versiones del cuerpo se desdibujan bajo la máscara del actuar social, mismas que se integran en la existencia humana a través del hipercuerpo, es decir aquel cuerpo que se desprende de la autorreflexión para dejar paso al pragmatismo y la seducción. Todo ello como consecuencia del hiperconsumo. (Corral, 2007). La primera explicación sobre el significado del cuerpo es el cuerpo-mercancía, que se caracteriza por la utilización del cuerpo en el mercado de consumo. La segunda considera el cuerpo-objeto, el cual se convierte en elemento indiferente desprovisto de esencia; finalmente el cuerpo-espectáculo en donde el cuerpo se convierte en un jugador de la moda y del ocio.

Entender la mercancía como el valor de cambio y el valor de uso en los objetos que circulan en esta sociedad, limita el poder de las relaciones económicas. Así como el dinero ha perdido credibilidad como valor de cambio, el hombre se ha convertido en un cuerpo-mercancía atrapado en un significado desprovisto de voluntad. Es una nueva forma de esclavizar al cuerpo. El hombre adquiere un cuerpo nuevo a la carta. La mercancía se piensa a sí misma, se ofrece, se entrega, es señalada y señala.

El hombre se conforma a los signos de este siglo. Una época donde medios y fines de la acción social se debilitan. Lo exterior del obrar social se captura en la realidad del consumo. El lugar de encuentro de las sociedades posmodernas es el consumo. En los centros comerciales vemos cuerpos que transitan bajo una misma idea: el consumo de signos. El cuerpo queda al descubierto entre la conexión del actuar y la motivación. El tiempo actual desprende al hombre de su finalidad esencial, sin embargo, el hombre hace propio los valores actuales.

Factores racionales intervienen en el significado del cuerpo: belleza, juventud, moda, reconocimiento, salud. Todos ellos se funden en un regreso de Narciso. Lipovetsky (2006) consideró que “A cada generación le gusta reconocerse con una figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento […]. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores, […] el símbolo de nuestro tiempo “(p. 49). La racionalización del cuerpo se pierde por el interés de Narciso. La indiferencia hacia el Otro y la exageración del Yo. Narciso juega en el presente, sólo importa el ahora. No hay futuro, ni pasado, importa sólo el instante.  La sociedad que lo contiene refleja esa misma actitud de indiferencia frente al tiempo histórico. Bajo este hilo conductor emerge un “narcisismo colectivo, síntoma social de la crisis generalizada de las sociedades burguesas, incapaces de afrontar el futuro sino es la desesperación” (Lipovetsky, 2006, p. 51) Un nuevo individualismo ha llegado, y  el cuerpo es su cómplice.

Este nuevo individualismo libera la imagen del cuerpo como construcción social para dejarla en manos del estereotipo de belleza y moda Así, la cultura del cuerpo como forma de potenciar el ser queda relegada por la eficacia de las señales para atribuir lo que se quiera (Aisenstein, 1996). El cuerpo humano representa para la sociedad actual un tributo del consumo, es decir, el cuerpo-sujeto pasa a ser un cuerpo-objeto.  Los medios de comunicación contribuyen en esta minimización del cuerpo, donde el embellecimiento del cuerpo se vuelve una mercancía y su valor se inclina hacia el hedonismo, nuevamente aparece Narciso en escena. El lenguaje corporal es señal de distinción social, ocupando una posición fundamental en su argumentación y construcción teórica que coloca al consumo de alimento cultural y la forma de presentación (incluyendo el consumo del vestuario, artículos de belleza, higiene y de cuidados, y de manipulación del cuerpo en general) como las tres maneras más importantes de distinguirse, pues son reveladoras de las estructuras más profundas determinadas y determinantes del hábitus (De Castro, 1998)

Vivimos en el tiempo del espectáculo. Pero a diferencia de la sociedad del espectáculo planteada por Debord (1995), el espectáculo no es la principal producción de la sociedad actual, sino el principal consumo. Las relaciones sociales se alejan de la conexión cara a cara. Los cuerpos sociales se tornan silenciosos. Conducen su existencia bajo los reflectores de la escena digital. La relación con el otro es mediatizada por la imagen. El placer de la imagen convierte el cuerpo en una babel mediatizada. No existen cuerpos, existen imágenes. El espectador se consume a si mismo. Consume imágenes de cuerpos simulados a través de los medios masivos. Cuando finalmente logra un acercamiento lo hace desde la butaca del estadio. El único contacto real es con la imagen que se vuelve aún más real. Así, la mercancía se vuelve espectáculo, el cuerpo se convierte en espectáculo.

Conclusiones

La necesidad actual consiste en reconocernos la imagen corporal como una relación entre el cuerpo de una persona con los procesos cognitivos donde se construye una idea o imagen mental de la apariencia física del sujeto (Becker, 1999). Esta idea es el punto crucial donde el comercio acomete directamente a la sociedad para confundir entre construir una imagen de nuestro cuerpo en el sentido de obtener la noción corporal que signifique en la existencia humana y el obsesionarse por tener «éste» o «aquél” cuerpo que presenta la sociedad de consumo; esto provoca que se convierta el sujeto en mero instrumento productivo y no  el ser social en construcción. La imagen corporal tiene un papel muy importante en la dimensión de lo social.

Las tres versiones que alcanzamos a vislumbrar: cuerpo-mercancía, cuerpo-objeto y cuerpo-espectáculo se han presentado a partir del surgimiento de un siglo que le imprime un significado nuevo al sujeto histórico. Una marcada tendencia hacia el despojo del cuerpo que resulta de una era distinta. Los problemas teóricos y la crisis del ser continúan. ¿Será posible una salida del sujeto ante los embates de la vida consumo? ¿Qué nuevos horizontes se vislumbran para el cuerpo social? Estos planteamientos seguirán latentes ante la época que cuestiona la realidad.

Autor: Por Carlos R. Green

Referencias

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