Apología a la Soledad y Eternidad [Poema]

soledad y eternidad

No me perturba el ánimo, el estar solo conmigo mismo, sin ser molestado ni inquirido por nadie, en completa paz y en concentrada comunión con el Cosmos, con el universo que habita en mí, y en todos, cuando me encuentro con mi idolatrada, amante y amada soledad, la cual, bien entendida, practicada y asimilada, no es motivo de congoja, ansiedad o preocupación, sino, más bien, para quien sabe aprovecharla, así como beber y embriagarse de su amable, agridulce y generoso néctar, la concibe como la mejor compañera de viaje, la tierna musa inspiradora de muchos sueños, anhelos, ensoñaciones, delirios y arte.

El silencio que la acompaña y la acentúa —a la soledad per se—, es fruto y derrotero de la sabia reflexión, del ordenar y emerger de ideas y pensamientos, su divina génesis, voluntario sacrificio (que no lo es tal) que prescinde de la presencia de los más íntimos y del resto del género humano, mas de ninguna manera en virtud de un soberbio solipsismo, sino, todo lo contrario, inspirado en la firme intención de volcar hacia todos ellos los frutos sagrados de aquellas acendradas meditaciones.

Cuando el camino se vuelve sinuoso y los avatares de la vida golpean en lo más profundo de nuestra existencia, tu voz suave y portentosa susurra a mi oído las respuestas que vienen desde lo Alto, desde el cielo mismo de mi ser y mi consciencia, y me brinda la serenidad, perspectiva y sosiego en el tumulto de la vorágine humana y el trajinar sin sentido cotidiano, como un bálsamo que resucita y redime.

Desde pequeño te añoro y te aguardo, y confío en que vendrás en mi ayuda, sin mediar distancia ni tiempo, pues cuando apareces, estos se tornan ilusorios, aunque en su esencia de impermanencia y mutabilidad, lo sean desde un comienzo.

¡Oh, soledad! ¡Grandiosa deidad precursora y generadora de sabios, genios y locos! ¡Mágica presencia de la ausencia humana! ¡Generosa aliciente de terribles victorias e interiores conquistas!

Deliro y me pierdo en tu incómodo regazo, y te abrazo desde lo más hondo de mi ser. Mi espíritu se llena de gozo al tenerte a mi lado, y en compañía de otros, me invade de nostalgia el vacío de tu ausencia.

Me veo abocado a soportar este mundo tan sólo para encontrarte y hallarme a mí mismo en la solitariedad de mi ánimo, alma y espíritu.

Conservo y llevaré como trofeo los más bellos recuerdos de nuestro intenso y apasionado amor en esta Tierra, forjado al calor de las luchas diarias, del cruel vacío mundano, de la charla y la duda fútiles y los deseos vanos.

Todo es vano, menos tú. Te espero al final del camino para volar juntos hacia la eternidad

 

Por Manuel de Guzmán Ollague

Modelo: Ana Victoria Villar Villaseñor

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