Para hacer una crítica de la película de la cual todos hablan #DontLookUp (No miren hacía arriba) no hay que ser un entendido. Basta con tener un teléfono móvil, algunos centavos para la renta, dos o tres redes sociales, y unas cuantas apps. Estar a la onda, hacerse el gracioso y asumirse como uno; un paladín de la ironía de estos días.
No me pareció una crítica muy fina y sarcástica del sistema (ambigüedad), me pareció solo una parodia más de la superficialidad como norma. Y por eso es tan buena. Hay momentos donde simplemente no soportas seguir viéndola por aburrida y somera y quieres quitarla, pero en ese momento recuerdas el ethos de Twitter, por ejemplo, y es exactamente lo mismo, un circo, todos están actuando, hasta tú, casi sin notarlo. Es un escáner, ya lo viviste, ya pasó. Y pasó no solo allí, pasó con Trump, ya no cuando invitó a ingerir cloro por desestimar la Covid-19 o estudios revisados, sino cuando nisiquiera era presidente e iba por todo en la campaña electoral versus Hillary Clipton.
Aquella campaña fue el slogan, la cápsula, un efecto de tres minutos sin diálogo continuo interpuesto por la risa en una copia de los programas de periodismo infantilizadores que se reproducen como la cepa de un Streptomyces. Así fue aquel debate entre ellos dos, la antítesis de la ágora de Atenas. Luego siguió el Brexit, la invasión de Rusia en Crimea, todos, exactamente todos con el mismo modus operandi, la risa, el escepticismo, artilugios para solapar un nihilismo rampante donde la anti-razón y el laconismo gobiernan en su forma más pura: el entrenamiento en tiempos de imposturas.
Lejos estábamos de cualquier indicio de pandemia. Hasta que se quemó Australia, hubo un maremóto en alguna isla asiática, y también este comportamiento viró hacia allá. De pronto, bienvenida pandemia. Montagnier negando su existencia, los antivacunas en su clímax compartiendo su deplorable posición y haciendo gala del premio Nobel de aquel y el supuesto referente que es para la ciencia. Ese fue el «no mires hacia arriba», de aquel momento.
Y desde entonces el meme, la reacción, los news fakes, las 15 notificaciones que de pronto te llegaron y no sabes exactamente cómo o por qué. Pero que están allí, que nunca o casi nunca lees, pero que terminan acompañándote en sueños lúcidos, por sus títulos tendenciosos, estudiados por un SEO con PhD en Yale y dos doctorados en psicoanálisis avanzado en Maryland. Están gobernándolo todo. Totalizando la subjetividad.
Toda parodia es la manera en la que Aristófanes ridiculizó a Sócrates en la comedia “Las nubes”, en aquel entonces tenían que pasar veinte años para que se pudieran volver a encontrar y reconciliar en El Banquete, acontecimiento que narra Platón y que protagonizan ambos, junto a Erixímaco (un médico), Fedro (un orador), Agaton (un poeta) Alcíbiades (un soldado) y compañía, pero toda parodia incluso, precisa del elemento de la exageración, aquí la hubo, claro está. Pero es cuando empieza el Challence por el fin del mundo, no se está exagerando nada. Lo vemos en Tiktok, YouTube e Instagram a granel estos días.
Agamben hizo de gurú, no escapa, siempre he sentido un aprecio profundo por todo lo he aprendido leyendo su obra. Pero esta no es su área, pronosticó todo muy mal, Zizek, ídem, aunque se legitima por lo strawman que siempre fue. De Byung-Chul Han también se puede entender. Poco recorrido, filósofo pop del momento. Lanzó algunos sencillos. Entretenimiento sin más. Todos ellos jugaron a lo mismo que Elon Musk, a propósito que la satirización que este sufrió en el film fue clarísima y bastante acertada. En todo caso, ninguno de ellos hace ciencia ni investigación. Eso precisa de la calma, la paciencia y el trabajo duro de la revisión por pares. Escribir un panfleto sobre el tema en 13 días para vender copias (Zizek), es una falta de respeto a la razón, sobre todo cuando todo estaba muy confuso y sabíamos muy poco al respecto.
Esta es una película que no desfasa la realidad porque es la realidad misma. El mundo como Estados Unidos, la razón instrumental, el anti-estoicismo, la irresponsabilidad del pensamiento, la actitud lastimera, el circo eterno. Ironía que sean ellos mismos –genios en parte– quienes describen a través de sus propios medios e industrias (Hollywood), los propios fenómenos sociológicos que la cultura anglosajona permea sobre el mundo.
Pero esto no solo describe a Estados Unidos, como quizá me he supuesto, describe al enemigo de hoy y de siempre: al antivacunas, al terraplanista, al negacionista ya no solo de la ciencia, sino del progreso real que trajo consigo la ciencia y la razón, al enemigo de la propia filosofía, al dogmático, al que anula al otro en vez de estimularle a desarrollarse, al negacionista de las injusticias, al que pide que no mires hacia arriba. Y ese, ese lamentablemente está en todas partes y hay que combatirle con brío. Ahora más que nunca.
Por Miguel Antonio Romero
Médico cirujano (UNEFM)
Licenciado en gestión social (UBV)
Investigador en el DIER
Autor: Antología: diferenciando al superhombre, (Madriguera, 2017)
Editor en jefe y autor en Revista Bactriana
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