Los ateos y la deconstrucción de una ficción

Uno de los riesgos habituales de ser un humanista ateo y secular es encontrar un nivel asombroso de analfabetismo histórico dentro del propio movimiento. Gusta convencerse a uno mismo que, muchas de las personas dentro de esta cosmovisión han llegado a su ateísmo a través del estudio de la ciencia, sin embargo, aunque muchos incluso puedan llegar a ser muy conocedores en materias como la geología y la biología, por lo general tienen una visión atrofiada de la historia sin lugar a duda heredada de su formación escolar secundaria. En líneas generales, decidí escribir este ensayo porque la alternativa es admitir que la comprensión de la historia de la persona promedio, y del hecho per sé del estudio de la historia es tan débil que es totalmente deprimente, y aunque así se percibe que es en realidad, mejor que quejarse es dar alternativas para solucionar un problema.

Por tanto, junto a las afirmaciones ateístas tradicionales como la del viejo mito de que la Biblia fue recopilada en el Concilio de Nicea, o el tedioso y típico: «¡Jesús nunca existió!» el movimiento está lleno de afirmaciones tontas y de personas inteligentes que hacen pseudo-reivindicaciones históricas que harían burlarse incluso a Dan Brown, el mito de que la Iglesia Católica causó el Oscurantismo y de que el período Medieval fue un desierto científico es uno de los mitos más comúnmente utilizados por personas de mi movimiento que me he propuesto refutar.

El mito propagado por algunos ateos dice que los griegos y los romanos eran tipos sabios y racionales que amaban la ciencia y estaban al borde de hacer todo tipo de cosas maravillosas (la invención de motores de vapor a gran escala es un ejemplo que se invoca de manera constante y fantasiosa) hasta que el cristianismo llegó y acabó con todo. El cristianismo entonces, procedió a prohibir todo tipo de aprendizaje y pensamiento racional, marcando así el comienzo del Oscurantismo. Luego, una teocracia férrea, respaldada por una inquisición al mejor estilo de la Gestapo, evitó que cualquier investigación científica ocurriera hasta que Leonardo da Vinci finalmente inventó la inteligencia y el maravilloso Renacimiento nos salvó a todos de la oscuridad medieval.

Las afirmaciones infundadas en este línea de ideas son bastante pintorescas, pero igualmente infatigables, van desde lo sencillamente torpe hasta lo completamente escandaloso, pero siguen siendo unas de esas cosas que «todo el mundo sabe« e impregna la cultura moderna. Es debido recordar incluso un episodio de Family Guy, en el cual Stewie y Brian entran en una especie de mundo alternativo futurista donde, se explicó, que las cosas eran tan avanzadas porque el cristianismo nunca logró destruir el conocimiento ni dar comienzo al oscurantismo. Los escritores no veían la necesidad de explicar lo que Stewie quería decir: supusieron que todos lo entenderían.

Aproximadamente una vez cada tres o cuatro meses en foros como RichardDawkins.net se observa alguna discusión donde alguien invoca la vieja «Tesis de Conflicto». Eso inevitablemente se convierte en un típico ritual de ver a la Edad Media como un desolado desierto intelectual donde la humanidad estaba encadenada a la superstición y oprimida por los secuaces de la Iglesia. Los estándares canarios se ponen de manifiesto. Giordiano Bruno se presenta como un mártir sabio y noble guerrero de la ciencia en lugar del irritante místico new age que realmente era. Hypatia se presenta como otro mártir de este tipo y la mítica destrucción cristiana de la Gran Biblioteca de Alejandría se menciona en voz baja, a pesar de que ambas ideas son totalmente falsas. El Caso Galileo se introduce como evidencia de un científico valiente enfrentándose al oscurantismo no-científico de la Iglesia, a pesar de que su caso era tanto sobre la ciencia como sobre la Biblia.

Y, casi sin falta, alguien desentierra un gráfico, alguna imagen dónde se muestre como cayó el avance científico en la Edad Media, para luego celebrar triunfalmente como si fuera prueba de algo más que el hecho de que la mayoría de la gente es completamente ignorante de la historia, y no puede entender que algo tan vago y general llamado «avance científico» no puede ser medido, y mucho menos trazado en un gráfico. No es difícil refutar estas tonterías, especialmente porque las personas que las presentan no saben casi nada sobre la historia y simplemente han recogido estas extrañas ideas de sitios web y libros populares. Las aseveraciones se derrumban tan pronto como las golpeas con pruebas sólidas. Satisfactorio es, deshacer totalmente a estos propagadores pidiéndoles que presenten con el nombre de un científico (solo uno) quemado, perseguido u oprimido por hacer ciencia en la Edad Media. Siempre fallan. Por lo general tratan de mandar a Galileo de vuelta a la Edad Media, lo que es divertido teniendo en cuenta que era contemporáneo de Descartes (quien sí huyó a Holanda por ser perseguido por la inquisición francesa). Cuando se les pregunta por qué no han conseguido a tales científicos dado que la Iglesia estaba aparentemente tan ocupada oprimiéndolos, a menudo recurren a afirmar que la Iglesia hizo un trabajo tan bueno oprimiendo que todo el mundo estaba demasiado asustado para practicar ciencia. En el momento en el que se saca a relucir una lista de científicos medievales – tales como Albertus Magnus, Robert Grosseteste, Roger Bacon, John Peckham, Duns Scotus, Thomas Bradwardine, Walter Burley, William Heytesbury, Richard Swineshead, John Dumbleton, Richard Wallingford, Jean Buridan y Nicolás de Cusa – y cuando se les interroga «¿por qué estos hombres estaban haciendo ciencia felizmente en la Edad Media sin que la Iglesia los persiguiera?» Los oponentes por lo general se rascan la cabeza perplejos y proceden a acusar de falso ateo, o inclusive cristiano encubierto.

El origen de los mitos

Una cuantiosa suma de fanatismo de la Ilustración, que incluye el rechazo ávido al papismo, el anti-clericismo francés, y al esnobismo clasicista se han combinado para hacer que el período medieval sea una palabra para el atraso, la superstición y el primitivismo. Lo contrario de todo lo que la persona promedio asocia con la ciencia y la razón.

Thomas Huxley, John William Draper y Andrew Dickson White, todos con sus propios ejes anticristianos, lograron dar forma a la idea todavía vigente de que la Edad Media carecía de ciencia y razón. Y cómo no fue hasta que los historiadores reales se molestaron en cuestionar a los polemistas a través del trabajo de los primeros pioneros en el campo como Pierre Duhem, Lynn Thorndike y Robert T. Gunther, que las distorsiones de los hachazos ahistóricos comenzaron a corregirse mediante una investigación adecuada e imparcial. Esta desmitificación ha sido posible por el actual trabajo de historiadores modernos de la ciencia como David C. Lindberg, Ronald Numbers y Edward Grant.

En el ámbito académico, al menos, la «Tesis de Conflicto» de una guerra histórica entre la ciencia y la teología ha sido anulada desde hace mucho tiempo. Es muy extraño que tantos de mis compañeros ateos se aferren tan desesperadamente a una posición muerta desde hace mucho tiempo que sólo fue sostenida por polémicos aficionados del siglo XIX y no por la cuidadosa investigación de historiadores recientes, objetivos y revisados ​​por pares. Este es un comportamiento extraño para las personas quienes gustan de etiquetarse como «racionalistas».

Hablando del racionalismo, el factor crítico que los mitos oscurecen es precisamente lo racional que era la investigación intelectual en la Edad Media. Mientras que escritores como Charles Freeman continúan avanzando con el mito, afirmando que el cristianismo mató el uso de la razón, el hecho es que gracias a Clemente de Alejandría y a los aportes de San Agustín al uso de la filosofía pagana, y a las traducciones de Boecio de las obras de lógica por Aristóteles y otros, la investigación racional fue una joya intelectual que sobrevivió al colapso catastrófico del Imperio Romano de Occidente y se preservó a través del mal llamado Oscurantismo. En el libro “Dios y la Razón en la Edad Media” Edward Grant detalla esto con vigor característico.

Otro tema que quisiera mencionar para cerrar este orden de ideas es el Renacimiento del siglo XII que, contrariamente a la percepción popular y al mito, fue el verdadero período durante el cual el antiguo aprendizaje volvió a inundar Europa occidental. Lejos de ser resistido por la Iglesia, fueron los eclesiásticos quienes buscaron este conocimiento entre los musulmanes y los judíos de España y Sicilia. Y lejos de prohibida por la Iglesia, fue adoptada y formó la base del plan de estudios en esa otra gran contribución medieval al mundo: las universidades que comenzaban a aparecer a través de la cristiandad.

Dios y razón

La consagración de la razón en el centro de la investigación, combinada con el influjo del «nuevo» aprendizaje griego y árabe, creó una verdadera explosión de actividad intelectual en Europa a partir del siglo XII. Era como si el súbito estímulo de nuevas perspectivas y nuevas formas de mirar el mundo cayera sobre el suelo fértil de una Europa que fue, por primera vez en siglos, relativamente pacífica, próspera, extrovertida y genuinamente curiosa.

Esto no quiere decir que las fuerzas más conservadoras y reaccionarias no tuvieran dudas sobre algunas de las nuevas áreas de investigación, especialmente en relación a cómo la filosofía y la especulación sobre el mundo natural y el cosmos podrían afectar a la teología ya aceptada. Con este escrito no pretendo afirmar que no hubo resistencia al florecimiento del nuevo pensamiento e investigación durante el Renacimiento, pero, a diferencia de los perpetuadores del mito, puedo hablar sobre los casos concretos en lugar de afirmar que ha sido durante toda la historia de la Iglesia. De hecho, los esfuerzos de los conservadores y de los reaccionarios eran generalmente acciones aisladas de grupos minoritarios y en casi todos los casos fueron acciones totalmente fracasadas que no lograron contener la inundación inevitable de ideas que comenzaron a fluir de las universidades. Una vez que comenzó, el Renacimiento fue una fuerza efectivamente imparable.

De hecho, algunos de los esfuerzos de los teólogos para poner algunos límites a lo que podría y no podría ser aceptado a través del «nuevo aprendizaje» en realidad tuvo el efecto de estimular la investigación en lugar de restringirla. Las «Condenaciones de 1277» intentaron afirmar ciertas cosas que no podían ser declaradas como «filosóficamente verdaderas», particularmente las que ponen límites a la omnipotencia divina. Esto tuvo el interesante efecto de dejar claro que Aristóteles, en realidad, tenía algunas cosas malas en su razonamiento – algo en lo que Tomás de Aquino hizo hincapié en su famosa y altamente influyente Summa Theologiae:

«Las condenas y la Summa Theologiae de Thomas habían creado un marco dentro del cual los filósofos naturales podían continuar con seguridad sus estudios. El marco… establecía el principio de que Dios había decretado las leyes de la naturaleza pero no estaba obligado por ellas. Que Aristóteles a veces se equivocaba: el mundo no era eterno según la razón y finito según la fe, no era eterno, y si Aristóteles podía estar equivocado acerca de algo que consideraba ciertamente seguro, toda su filosofía era cuestionable. Eso trazó el camino para que los filósofos naturales de la Edad Media avanzarán decisivamente más allá de los logros de los griegos.” (Hannam, páginas 104-105)

Que es precisamente lo que procedieron a hacer. Lejos de ser una edad oscura estancada, como fue ciertamente la primera mitad del período medieval (500-1000 dC), el período de 1000 a 1500 dC vio realmente el florecimiento más impresionante de la investigación científica y el descubrimiento de nuevo conocimiento desde la época de los antiguos griegos, eclipsando a las eras romanas y helénicas en todos los aspectos. Con Occam y Duns Scotus adoptando el enfoque crítico de Aristóteles más allá del enfoque más cauteloso de Aquino, los científicos medievales de los siglos XIV y XV pudieron preguntar, examinar y probar las perspectivas que los traductores del siglo XII habían desarrollado:

«En el siglo XIV los pensadores medievales comenzaron a notar que había algo gravemente interesante con los aspectos de la filosofía natural de Aristóteles, y no sólo aquellas partes de ella que directamente contradecían la fe cristiana. Su propia búsqueda para avanzar en el conocimiento… echándose hacia afuera en nuevas direcciones que ni los griegos ni los árabes exploraron jamás, su primer avance fue combinar los dos temas de matemáticas y física de una manera que no se había hecho antes». (Hannam, página 174)

La historia de ese descubrimiento y los notables estudiosos de Oxford que lo lograron sentaron las bases de la verdadera ciencia, los Calculadores de Merton College, probablemente merecen un libro en sí mismo. Los nombres de estos pioneros del método científico -Thomas Bradwardine, Thomas Bradwardine, William Heytesbury, John Dumbleton y el graciosamente apellidado Richard Swineshead- merecen ser mejor conocidos. Desafortunadamente, la oscura sombra del mito significa que siguen siendo ignorados o desechados incluso en las recientes historias populares de la ciencia. El resumen de Bradwardine sobre las matemáticas es una de las grandes citas de la ciencia temprana y merece ser reconocida como tal:

[Las Matemáticas] son la revelación de toda verdad genuina… quienquiera que tenga el descaro de perseguir la física mientras descuida las matemáticas debe saber desde el principio que nunca hará su entrada a través de los portales de la sabiduría» (Citado por Hannam, p. 176)

Estos hombres no sólo fueron los primeros en aplicar verdaderamente las matemáticas a la física, sino que también desarrollaron funciones logarítmicas trescientos años antes de John Napier y el teorema de la velocidad media, incluso doscientos años antes de Galileo. El hecho de que Napier y Galileo se acrediten con el descubrimiento de cosas que los eruditos medievales habían desarrollado ya es otro indicador de cómo el mito del Oscurantismo ha deformado nuestras percepciones de la historia de la ciencia.

Del mismo modo, la física y la astronomía de Jean Buridan y Nicholas Oresme eran radicales y profundas, pero generalmente desconocidas para el lector promedio. Buridan fue uno de los primeros en comparar los movimientos del cosmos con los de otra innovación medieval: el reloj. La idea de que existía un universo perfecto tipo reloj que debía servir a los científicos que perduró hasta bien entrada nuestra era comenzó en la Edad Media. Y las especulaciones de Oresme acerca de una Tierra en rotación muestran que los eruditos medievales estaban contentos de contemplar lo que eran (para ellos) ideas bastante extravagantes que quizás podrían ser verdad- Oresme encontró que esta idea en particular (rotación terrestre) funcionaba bastante bien. Estos hombres no son los productos de una «edad oscura» y sus carreras están manifiestamente libres de cualquiera de los inquisidores y amenazas de persecución que tan cariñosamente y lúgubremente imaginan los fervientes defensores del mito del Oscurantismo.

Lo inevitable de Galileo

Como se mencionó anteriormente, ninguna manifestación del mito del Oscurantismo está completa sin que se plantee el asunto de Galileo. Los defensores de la idea de que la Iglesia sofocó la ciencia y a la razón en la Edad Media tienen que sacarlo siempre a relucir, porque sin él realmente tienen absolutamente cero ejemplos de la Iglesia persiguiendo a cualquiera por cualquier cosa que tuviese que ver con las investigaciones sobre el mundo natural. La concepción común de que Galileo fue perseguido por estar en lo cierto sobre el heliocentrismo es una simplificación total de un asunto complejo y que ignora el hecho de que el principal problema de Galileo no era simplemente que sus ideas estuvieran en desacuerdo con la interpretación bíblica sino también lo estaban con la ciencia de la época.

Contrariamente a cómo suele describirse el asunto, el verdadero problema era que las objeciones científicas al heliocentrismo de la época eran todavía suficientemente poderosas para impedir su aceptación. El cardenal Bellarmino dejó claro a Galileo en 1616 que si esas objeciones científicas pudieran ser superadas por su teoría, entonces las Escrituras podrían y serían reinterpretadas. Pero mientras que las objeciones todavía permaneciesen, la Iglesia, comprensiblemente, no tenía la intención de revocar varios siglos de exégesis por el bien de una teoría defectuosa. Galileo aceptó enseñar el heliocentrismo como un mecanismo de cálculo teórico, luego se arrepintió rápidamente y, en consecuencia, lo enseñó como un hecho científico. Por esta razón inició su procesamiento penal por la Inquisición en 1633.

El caso de Galileo utilizando el trabajo de los eruditos medievales sin darles reconocimiento es bastante condenatorio. En su afán de echar a la «dialéctica» medieval y recuperar los valores griegos y romanos – el «Renacimiento» se convirtió -irónicamente- en un movimiento curiosamente conservador y bastante retrógrado de muchas maneras – descartaron desarrollos y avances genuinos por parte de los eruditos medievales. Que un pensador del calibre de Duns Scotus pudiese llegar a ser conocido principalmente por la etimología de la palabra «burro» es algo profundamente irónico.

Para finalizar, no se quiere decir con este ensayo que algunos pensadores no se vieron interrumpidos en sus investigaciones por la Iglesia, nadie aquí afirmó eso, ni mucho menos se dijo que ese comportamiento fuese justificable, simplemente se sentió la necesidad de explicar cómo surgió y por qué dichas interferencias no fueron tantas ni por un período de tiempo tan extenso, es un humilde intento de corregir un malentendido pseudo-histórico dentro del movimiento que representa mi ideología ateísta.

Ensayo crítico: por Daniel Barrios

Nota por los editores

«Bienvenidos sean todos los ejercicios que sirvan para vincular la investigación rigurosa y la auténtica búsqueda no viciada de conocimiento. Con la publicación de este ensayo ha de ser de importante recordar que, el fundamento de esta revista, no busca hacer apología ideológica alguna. Está erguida en preceptos helénicos por la búsqueda de la virtud; ergo, de lo bueno y, con las previas reseñas se pretende esclarecer dicho principio.»

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