Breve discurso sobre la libertad

Libertad…esa palabra, ese ideal, ese sueño y anhelo de toda la humanidad inserto en lo más profundo de su alma. Aquel recóndito tesoro escondido en lo más profundo de cada ser. Aquella joya que cual diamante en bruto espera ser pulida y encontrada…

El común de los entendidos y eruditos aluden a muchas clases de libertades humanas, así, las libertades de índole social, política, económica, jurídica y personal., cada una enmarcada en su respectivo campo de acción y vivencia y sujeta inexorablemente a leyes que las gobiernan. Es obvia la potencial existencia de ellas, pero, ¿es esta clase de libertad la que tanto deseamos y por las cuales incluso nos matamos?

Las supuestas libertades a las que aludo tienen su justificación filosófica y política, entre otras, en la ficción creada por Rousseau, en el famoso “contrato social”, mediante el cual, producto del miedo y la ignorancia y su incapacidad de autodeterminación, cada uno de los individuos integrantes de aquella llamada sociedad ENTREGAN su poder individual a la nueva dañina pero necesaria figura ilusoria llamada Estado para que éste los proteja de los excesos de sus semejantes y tenga el poder de disuasión y organización a través de las leyes y el poder constituido y voluntariamente otorgado.

Yo pregunto, ¿es esto acaso libertad? ¿Es esta clase de libertad que tanto ansiamos, en la que nos movemos, acogemos y fundamentamos nuestro diario accionar?

Vivir en un estado de Derecho y de obediencia y sometimiento a las leyes y normas tanto jurídicas como morales, es, como ya lo puntualicé, necesario en este estado actual de cosas. La completa falta de autodominio y desborde de emociones, inconsciencia o poca consciencia por parte de la masa y de casi todos los miembros de las actuales sociedades, obligan a “vivir “bajo esas ficciones constitucionales, legales, jurídicas y estatales, que no tienen otro fin que ponerle un freno a dichos aludidos desbordes y brindar limitadas libertades y recursos para el ejercicio de las mismas.

Wilhem Von Humboldt en su elocuente ensayo “Los límites de la acción del Estado” hace un recuento pormenorizado de las funciones necesarias y prioritarias del estado para con los individuos a quienes gobierna y tutela y entre éstas, la más esencial y que engloba y sintetiza a todas las demás, es permitir, dentro de su campo y espectro, el desarrollo total del individuo en virtud del sano uso de sus capacidades, habilidades y talentos y la concreción cierta de todos sus anhelos y sueños, para lo cual debe permitirle una libertad de acción suficiente y efectiva para la realización de dichos excelsos fines.

Ahora, todo esto está muy bien, entendido y practicado en su justo contexto y coyuntura político-sociales. Pero, ¿de qué me sirve todo ese tipo de constreñidas y propugnadas libertades si primero no he conseguido la más grande, real y efectiva de todas? ¿Cómo puedo lograr y alcanzar el apremiante desarrollo de todo lo mencionado y que por herencia y naturaleza le corresponde a cada ser humano?

Una cosa es brindar los medios exteriores adecuados para la consecución de la evolución natural de cada individuo. Pero no es menos cierto que el propio sistema, esos mismos medios, coartan casi ineludiblemente dicho potencial que la más de las veces queda sepultado o aletargado infamemente en el espíritu del hombre. Quisiera pensar lo contrario pero los hechos evidencian tal afirmación.

Mi postura no es novedosa y es simple. No intento bajo ningún medio descubrir el agua tibia. Pero, sin lugar a dudas y sin temor a equivocarme pienso que toda libertad, que se jacte de tal, debe empezar inexorablemente en el propio individuo. En su propia mente. En el imperativo descubrimiento y conquista de sí mismo. Yo más bien diría nacida del progresivo AUTOCONOCIMIENTO, que incluye el encuentro interior de esas capacidades.

Ahora, no es tan sencillo como parece. Es más, es lo más difícil de hallar y conseguir.

Al bajar a la “realidad”, sé que a muchos les parecerá esto una soberana pérdida de tiempo. Soy consciente del nivel de inconsciencia, valga la redundancia, de la gente en la actualidad en todos los estratos, con sus obvias, contadas y salvadas excepciones.

En este apresurado mundo donde lo banal y lo superficial están a la orden del día y se han elevado hasta los niveles de lo absurdo, se han empotrado en altares y pedestales de barro, se han convertido en ley y religión, en un vacuo y sin sentido modus vivendi, la sola idea de mirar hacia adentro, de examinarse y descubrirse resulta no menos que una práctica idiota y sin ningún significado. Permítanme decirles a aquellos que piensan y viven así que no saben de lo que se están perdiendo, desconocen que poseen la llave que los lleva al mayor de los tesoros y literalmente a la gloria. No engaño ni exagero.

El ulterior desarrollo y explotación de esas capacidades y talentos provienen consecuentemente del uso y desarrollo efectivos de la voluntad y del creciente AUTODOMINIO. Pero, ¿»qué» o «quién» es susceptible de esa libertad? ¿De qué clase de libertad estamos hablando? ¿QUE SIGNIFICA SER VERDADERAMENTE LIBRE? Esa es otra cuestión de carácter ontológico cuya digresión y análisis no nos compete al menos en estos momentos. Nos estancaríamos en la real existencia o no de esa entidad abstracta y quizás necesaria llamada “YO”, de la impersonalidad de las acciones del individuo, del determinismo y el libre albedrío, de la existencia de un Poder Superior y Ordenador, de una Voluntad Sublime, de un universo sincrónico, organizado, perfecto y perfectible.

Aterrizando un poco el tema, vale la pena cuestionarse, ¿hasta qué punto creemos ser realmente libres cuando muchas de nuestras elecciones se basan en el apremio, el hábito, la costumbre, la rutina y la necesidad? ¿Cómo serlo si la gran mayoría, esto es la masa, carece de las más elementales condiciones de vida y subsistencia, cultura, información y formación y la gran mayoría se halla ataviada de creencias arcaicas, tradiciones y dogmas nocivos en franca decadencia que conculcan cruelmente y con alevosía esa misma libertad? Y todo aquello sin mencionar las inevitables limitaciones provenientes nuestro plano psicológico y nuestros aún más limitados marcos conceptuales repletos y matizados por irracionales barreras mentales, conflictos internos, límites autoimpuestos en virtud de los propios miedos, pereza, obstinación e Ignorancia, valiéndose éstos en la inevitable tiranía del inconsciente? ¿Hasta qué punto creemos ser real y verdaderamente libres o siquiera tener la remota posibilidad de serlo?

No son nuestros gobernantes de turno quienes están en la obligación o deber de brindarnos esa libertad tan anhelada en todas sus deseables formas y en sus diversos y fácticos campos de expresión y ejercicio; sí, claro, está en su poder y en sus manos, obligación y responsabilidad el otorgarnos el espacio y el marco adecuados para poder desarrollar esa misma libertad, política, social y económica, con bases legislables, ecuánimes y justas, pero hasta que eso ocurra, la esclavitud, en todos sus órdenes y niveles, seguirá siendo nuestro más mordaz, tenaz e invisible verdugo.

La genuina y bien practicada libertad en sociedad y en el mundo fenomenológico comienza en el libre pensamiento y termina cuando empieza la libertad y los derechos del otro, cimentada en la propia humanidad que todos compartimos. Aquella empieza en el pensamiento, en nuestra propia mente, fruto del esfuerzo interior de nuestro espíritu. Primero debemos libertarnos a nosotros mismos para que en consecuencia podamos libertar a los demás y traducir esa conquistada presea, la libertad en comunidad y sociedad.

La verdadera libertad, a mi juicio y humilde parecer, es la del Ser que se ha vencido, ha vencido y se ha librado de ilusiones, entendidas éstas como aquello que es permanentemente, irreal, como es el mundo, mente y sentidos, impresiones y percepciones; liberado de ataduras y apegos innecesarios; de miedos, complejos, traumas y demás conflictos interiores; de creencias y dogmas de toda índole; de juicios, prejuicios e ideas preconcebidas sobre las cosas, el mundo, Dios y el hombre.

Es regresar al Edén, al estado de pureza e inocencia originales, volver a ser como niños, recobrar nuestra espontaneidad, nuestra autenticidad, nuestra energía, nuestra capacidad de asombro y de entrega, en fin. Es liberar la mente y dejar que nuestro Espíritu fluya, se manifieste y se exprese.

Cualquier circunstancia exterior, si uno ha logrado todo esto, es inerme y carece de fuerza, importancia y significado y es secundaria.

Esto no quiere decir de ninguna manera que ese ser se abstraiga del mundo. Más bien ese ser actuaría en el mundo con más seguridad, más coherencia, más armonía y con mucha paz y poder. Se haría más fácil y llevadera la vida, uno se vuelve más eficiente y asertivo, más amoroso y generoso y logra eventualmente todo lo que quiere, deseos, anhelos y sueños, entre muchas otras consecuencias y beneficios. Por supuesto esto sólo se logra a través de un arduo trabajo interior, que implica mucha voluntad, valor, persistencia y paciencia.

Esta libertad otorgada desde el Origen, verdadera y tangible, se ve desgraciadamente limitada y constreñida al estado de evolución y consciencia alcanzados por el ser humano. Mientras menos ilusiones y apegos a este mundo se tengan, esa libertad real brillará con más fuerza. Mientras el automatismo y la mecanicidad perduren productos de la inercia, pasividad y pereza, obviamente dicha libertad es ilusoria y limitadísima. Pero sigue estando ahí realmente en estado latente esperando crecer y madurar.

Reitero, la libertad empieza en el reino del pensamiento, es ahí donde se puede elegir y ser libre. Científicamente hablando, en cada espacio sináptico de la interconexión entre las neuronas del cerebro, en el escasísimo intermedio entre estímulo y respuesta, EXISTE LA OPCIÓN DE ELEGIR. AHORA Y SIEMPRE.

Si bien mi pensamiento y posturas aparentarían para algunos ser románticos y utópicos, al decir de mi propia experiencia y vivencia desde las cuales hablo y me fundamento, no lo son. La «utopía» es perfectamente posible. Yo hablo de la única y verdadera libertad que es la espiritual. Sin ésta, todas las demás no nos sirven y se derrumbarían a cada instante como un castillo de naipes. La libertad de la cual hablo y defiendo, es esencial y está al alcance de todo hombre, de todo aquel que tenga el coraje de encontrarse consigo mismo, y reconocerse tan humano con todos sus defectos y virtudes y tan divino como es su escondida y olvidada naturaleza.

Autor: Manuel de Guzmán Ollague

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